Por Eduardo Belaunzarán
Cada 22 de abril celebramos el Día Internacional de la Madre Tierra. Es un momento para reflexionar sobre los muchos frentes donde se libra la batalla por conservar nuestro planeta. Hoy quiero enfocarme en uno muy cercano a mí: el impacto ambiental de la producción irresponsable del mezcal.
La otra cara del agave
El agave, corazón del mezcal, es una planta noble que requiere tiempo: entre 8 y hasta 50 años para alcanzar su madurez, dependiendo de la especie. Sin embargo, cuando la presión por producir y vender aumenta, se empieza a cortar agave joven. Esto impide su reproducción natural y rompe el ciclo que alimenta a polinizadores clave como el murciélago magueyero, cuya labor genética es esencial para la supervivencia de estas plantas frente a plagas y enfermedades.
El agave joven, además, tiene menor concentración de azúcares, lo que obliga al productor a usar más piñas para lograr el mismo volumen de mezcal. Esto no solo afecta la calidad del destilado, sino que compromete la sostenibilidad a largo plazo de toda la cadena.

El costo oculto del fuego
Cocer el agave requiere grandes cantidades de leña. Mientras los productores conscientes utilizan madera muerta o recuperada, otros simplemente talan árboles vivos. Un paseo por los Valles Centrales de Oaxaca lo confirma: donde antes había sombra natural, hoy hay lonas improvisadas para protegerse del sol.
A eso hay que sumarle las emisiones contaminantes que el proceso de cocción libera al aire.
El peso del mezcal: animales y personas
El siguiente paso, el molido, también tiene su lado oscuro. Aunque muchas marcas lo venden como un gesto artesanal y romántico, la realidad es que puede implicar maltrato animal (uso de bestias de carga en condiciones precarias) y humano, cuando las toneladas de agave se muelen a mano en jornadas extenuantes.
El agua también paga el precio
La destilación, lejos de ser el final del proceso, es uno de los momentos más críticos en términos ambientales. Las llamadas puntas y colas, subproductos con altos niveles de metanol y metales pesados, son desechadas sin tratamiento alguno en muchos casos. Estas vinazas acaban en ríos o campos, contaminando el agua, los cultivos, los animales… y eventualmente a las personas.
El precio del volumen
Esta situación se agrava con la creciente presión del mercado internacional —especialmente en Estados Unidos— por vender mezcal barato y en volumen. Esta carrera por precio genera un incentivo directo para producir de forma masiva, sin ética y sin responsabilidad ambiental.
El mezcal barato nos cuesta caro
Durante casi una década, organicé eventos en Oaxaca para concientizar sobre la biodiversidad de los agaves, la producción responsable y el impacto real que todo esto tiene en las comunidades mezcaleras de los Valles Centrales de Oaxaca.
Y si algo aprendí, es esto:
El mezcal, para ser sustentable y ambientalmente responsable, debe ser caro.
No hay manera de producir un destilado de agave de calidad, respetando los tiempos de la tierra, los ecosistemas y a las personas involucradas, sin asumir un precio justo.
Cada vez que compramos un mezcal barato, estamos financiando la destrucción de los campos, la deforestación, la contaminación del agua y el deterioro de comunidades enteras.
Nos convertimos, sin quererlo, en cómplices de un daño profundo a la Madre Tierra.
Hoy más que nunca, necesitamos consumidores informados, productores responsables y políticas que protejan este tesoro cultural y natural que es el mezcal.