El Mezcal y sus Mitos. 

Mayahuel (versión libre)

La obscuridad, la sobriedad y la tristeza reinaban en el mundo. Los hombres vivían en cavernas y se alimentaban solo de plantas; tenían miedo, morían de frio, devorados por animales o de hambre en el invierno. No reían, no osaban, no se atrevían, no bailaban, no cantaban.  Su alma no tenía sustento.

Petécatl, dios del viento simpatizó con los humanos y decidió ir al espacio para pedirle a Itzpapalotl, reina de las tzitzimimehs, demonios de las estrellas, enemigas de Tonatiuh, dios del sol, que le diera a Xiuhtecuhtli, dios el fuego, a quien tenían preso, para obsequiárselo a los hombres.

Tonatiuh, dios del sol

Petécatl subió a la cima del Iztaccíhuatl, en su forma de viento y una vez en la cima, asumió su forma humana, a la que los hombres llaman Quetzalcóatl y, tras ayunar tres días se encaminó a las estrellas. Salió al aba, cuando el sol se asomaba por el este. 

Solo los iniciados saben cuanto tiempo le llevó a Quetzalcóatl para llegar a los dominios de Itzpapalotl, la vieja tzitzimitl, matriarca del espacio, la noche, las estrellas y enemiga mortal del sol.

Quetzalcóatl, dios del viento

Al llegar al lugar, Quetzalcóatl se encontró a una joven de ojos traviesos, picaros y obscuros; pelo negro, largo, suelto y alborotado, perfumada, coqueta.  Letal. 

Vestía un velo ligero y transparente que permitía entrever sus obscuros pezones exaltados perforados con espinas sobre unos senos frondosos y firmes, sus caderas eran anchas y redondas. Su piel morena contrastaba con el blanco de su sonrisa iluminante que surgía de su boca de labios anchos, carnosos y bien humectados; sus manos eran delicadas, sus dedos prolongados y sus uñas afiladas. Sus piernas eran torneadas y bien dibujadas.

Mayahuel, diosa del Metl (maguey)

Quetzalcóatl se enamoró desde el primer instante en que la vio. Las manos se le congelaron, el corazón le latió con arritmia, la lengua se le trabó y sintió la fuerza de una potente erección.

Tartamudeando nuestro héroe preguntó quien era ella, a lo que la doncella respondió barriendo despacio con la mirada de abajo hacia arriba el cuerpo atlético y alterado de Quetzalcóatl:

-“Espero aquí paciente mi turno de ir a vivir con los hombres. Mi abuela, Itzpapalotl, quien ahora duerme, es quien decidirá cuando y como. He nacido para proveer alimento, vestido, herramientas, medicina y bebida a los hombres. Me apoderaré de sus almas, pero a cambio les daré alegrías, deseos y esperanzas. Conmigo perderán el miedo, cometerán adulterio, irán a la guerra sin temor, desearán a la mujer de su prójimo, al marido que no es suyo; franquearán barreras, se volverán irresponsables, bailarán sin recato y se perderán en mis brazos. Quien me tome con moderación tendrá de mi consuelo y alegrías, valentía e ingenio, pero de quién de mi abuse, lo volveré esclavo y no lo soltaré hasta que su alma abandone su cuerpo. ¡Soy el alimento del alma, soy Mayahuel, diosa del Metl! 

Tras unos segundos de recato, preguntó a su vez la joven deidad en el mismo tono.

-“Y ¿quien eres tu, apuesto dios que te has atrevido a encender en mi el deseo?” 

“Soy Petécatl, dios del viento, también me llaman Quetzalcóatl. Soy vida, luz y el color blanco; soy sabiduría, fertilidad y conocimiento. Soy omnipotente, omnipresente, omnisciente como mi hermano Tezcatlipoca, y estoy aquí para exigirle a tu abuela que me entregue el fuego para llevarlo a los hombres” -contestó.

La irresistible joven pasó lentamente la punta de su lengua por sus labios, los humectó bien y tras un breve instante se acercó a Petécatl y le dijo al oído susurrándo: 

-“Yo sé donde tienen cautivo al fuego y puedo liberarlo, pero deberás llevarme a mi contigo y entregarme también a los hombres”. 

Fulminado por el amor y el deseo y la oportunidad, Quetzalcóatl no dudó. La tomó en sus brazos y se la llevó consigo.

En el caminó se amaron, y lo que parecía un cometa que los hombres contemplaron durante meses en el cielo, no era mas que la fuerza de su amor que iban dejando tras de ellos. El viaje duró lo que dura la felicidad.

Tras cumplir su promesa y entregar el fuego a los hombres, Mayahuel y Quetzalcóatl se instalaron en los valles de Huaxyacac, donde el viento corre libre y el clima es agradable y terso.

A la mañana siguiente, tras perder otra batalla, pues el sol salió de nuevo, Itzpapalotl observó desde su morada el trazo de amor que Quetzalcóatl y Mayahuel iban dejando en el cielo en su camino a la tierra. Al principio creyó que era un cometa que impactaría con fuerza a los hombres y se alegró. Cuando se dio cuenta que era su nieta Mayahuel, que había huido para entregarse a los humanos sin su consentimiento, su rostro cambió, de sus cabellos brotaron espinas, sus senos se secaron, y sus piernas se trasformaron en brazos, sus uñas crecieron, sus dientes cayeron y su lengua se turnó negra, de sus genitales surgió una víbora y su nariz se volvió horripilante. ¡Juró venganza!

Itzpapalotl, demonio de la noche

Itzpapalotl instruyó a que Metztl, la luna, su eterna aliada, a que encontrara a su nieta. Tras darle cuatrocientas vueltas a la tierra la halló en la loma de los guajes. La temible divinidad reunió a todos sus demonios y bajó a la tierra. Ahí donde le dijo la luna encontró a su nieta y sin miramientos la destrozó y se la comió dejando regados todos sus huesos, para luego regresar satisfecha a las estrellas a proseguir con su finalidad: impedir que el sol vuelva a salir. 

Al volver a casa, Quetzalcóatl encontró los restos de su amada Mayahuel terriblemente destrozados. Los juntó todos y los enterró derramando desconsoladas lágrimas sobre de los despojos de su amada. 

Tras 400 días de ayuno y duelo, Quetzalcóatl se elevó por los aires. Voló tan rápido que tiró árboles, desvió ríos, quebró rocas y movió la tierra.  Se presentó en las tierras de los demonios cuando el sol clareaba en los aposentos de la desalmada abuela, y mientras esta dormía, Petécatl terminó con ella sin piedad tomando así venganza, dándole con ello al sol la victoria final sobre su terca adversaria. 

Al volver a la tierra, allí en donde yacía su amada, el sol derramaba su mágica luz y ahí mismo, sólidamente parada, se encontraba un bellísimo maguey del que brotaban 400 pencas, en las cuales se alimentaban 400 conejos. 

Dando vida eterna a Mayahuel, Tonatiuh pagaba agradecido tributo a su héroe Quetzalcóatl y a su amada diosa.

Mayahuel y sus 400 conejos.- humor.

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